En los países “desarrollados” la mejora de la calidad de vida se mide en la mejora de la situación económica de la población. Asimismo, la RAE define el desarrollo como “Evolución de una economía hacia mejores niveles de vida”. En ambos casos el avance favorable de un país se ve directamente relacionado con el crecimiento de su economía.
Esto es debido a que actualmente en las sociedades occidentales el desarrollo y el progreso se presentan como sinónimos de industrialización y modernización y por tanto son dependientes del crecimiento económico. De esta manera, el dinero es el punto central en torno al cual todo gira.
Uno de los mayores problemas que esto acarrea es que sólo se consideran generadoras de riqueza nacional aquellas cosas a las que se les puede dar un valor monetario. Por tanto, este sistema necesita para su funcionamiento un crecimiento económico constante el cual se produce en un planeta con límites físicos (los cuales ya estamos alcanzando) y a costa de la naturaleza y de materiales limitados (siendo el petróleo el ejemplo más claro). Es decir, estamos “creciendo y desarrollándonos” alejándonos cada vez más de la naturaleza e ignorando sus límites, confiando ciegamente en la tecnología y la ciencia para solucionar nuestros problemas futuros.
Es necesario conocer la realidad del sistema en el que estamos metidos y así poder actuar en consecuencia. Es complicado en un mundo capitalista, pero es importante dar valor a las cosas que realmente mantienen la vida y el planeta. Apreciar, por ejemplo, la labor de los agricultores que labran la tierra con semillas y conocimientos heredados de generación en generación, por encima de los monocultivos intensivos altamente contaminantes y dependientes de energía fósil.
Decrecer, disminuyendo el consumo incontrolado y estableciendo una nueva relación con la naturaleza es fundamental para ayudar a preservar el planeta. Actos como pertenecer a un grupo de consumo, un banco de tiempo… o simplemente comprar sólo cuando sea necesario y con cabeza …son pequeños pasos hacia un modelo económico más sostenible.
Nuria Espinosa Afonso