Últimamente, es común ver como muchos partidos políticos que, ciertamente, no eran considerados pro-ecologistas, sino que más bien incluían políticas de alto riesgo ambiental, han adoptado el discurso ecológico en sus propuestas.
Esto, nos lleva a analizar detenidamente si se trata de un cambio de rumbo realmente impuesto por la necesidad de tomar medidas que tengan un impacto positivo en nuestra salud y en la del medio ambiente o, por el contrario, se trata de un marketing “verde” que solamente tiene objetivos partidistas.
El 21 de marzo fue el día internacional de los bosques y muchos de los partidos que apoyan un modelo de crecimiento lineal e insostenible se colgaban la medalla del compromiso con el medio ambiente. Sin ir más lejos, en España el, hasta hace poco, gobierno del Partido Popular posteaba en su cuenta oficial de Twitter: “Los bosques son fundamentales en la lucha contra el cambio climático. Los bosques juegan un papel fundamental en la vida del planeta. #DiaInternacionalDeLosBosques”. (Y unos iconos de arbolitos muy monos). No obstante, era el mismo Partido Popular el que, en 2015, tumbaba la ley que limitaba la construcción en zonas boscosas afectadas por incendios, una medida, que grupos ecologistas tachaban de nefasta y peligrosísima.
El periodista argentino Sergio Federovisky, analiza exhaustivamente en su libro “El nuevo hombre verde”, este giro aparentemente ambientalista que han ido tomando desde grandes corporaciones hasta pequeños partidos políticos de corte neoliberal. Una de las primeras conclusiones que se sustraen es, como el sistema actual nos hace responsables de la catástrofe ecológica que derivará en el calentamiento global, además de otras muchas consecuencias devastadoras.
Entre las frases más reconocidas de la historia reciente del Neoliberalismo, se encuentra la pronunciada por Margaret Tatcher, en su afán de transformar al individuo en alguien responsable de todos sus actos; “La sociedad no existe”. Con esta declaración, pretende justificar que cada uno tiene su propia culpa o su propio mérito en las decisiones que toma. Esta visión no hace más que eximir de responsabilidades a todas aquellas grandes industrias extractivas que no solo dilapidan con los recursos naturales sino que también contaminan tierra, mar y aire. Mientras, por otro lado, somos los individuos los que tenemos que encargarnos de realizar todas las tareas de reciclaje, ahorro energético, de agua… etc.
Sin embargo, aunque por un lado, comparto la necesidad de poseer la iniciativa propia de comenzar el cambio y ser coherente con el entorno en nuestras decisiones personales, esta postura pasa a ser parcialmente irrelevante cuando nos encontramos en un sistema que marcha en la dirección opuesta a los intereses de la mayoría. Por ello debemos ser cautos cuando encontramos eslóganes “verdes” en partidos políticos cuya naturaleza propia no es otra que permitir la destrucción de la naturaleza colectiva.